sábado, 12 de junio de 2010

El reloj de arena - Jorge Luis Borges








Está bien que se mida con la dura


Sombra que una columna en el estío


Arroja o con el agua de aquel río


En que Heráclito vio nuestra locura




El tiempo, ya que al tiempo y al destino


Se parecen los dos: la imponderable


Sombra diurna y el curso irrevocable


Del agua que prosigue su camino.






Está bien, pero el tiempo en los desiertos


Otra substancia halló, suave y pesada,


Que parece haber sido imaginada


Para medir el tiempo de los muertos.






Surge así el alegórico instrumento


De los grabados de los diccionarios,


La pieza que los grises anticuarios


Relegarán al mundo ceniciento


Del alfil desparejo, de la espada


Inerme, del borroso telescopio,


Del sándalo mordido por el opio


Del polvo, del azar y de la nada.






¿Quién no se ha demorado ante el severo


Y tétrico instrumento que acompaña


En la diestra del dios a la guadaña


Y cuyas líneas repitió Durero?






Por el ápice abierto el cono inverso


Deja caer la cautelosa arena,


Oro gradual que se desprende y llena


El cóncavo cristal de su universo.






Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina


Y, a punto de caer, se arremolina


Con una prisa que es del todo humana.






La arena de los ciclos es la misma


E infinita es la historia de la arena;


Así, bajo tus dichas o tu pena,


La invulnerable eternidad se abisma.




No se detiene nunca la caída


Yo me desangro, no el cristal.


El rito De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.






En los minutos de la arena creo


Sentir el tiempo cósmico: la historia


Que encierra en sus espejos la memoria


O que ha disuelto el mágico Leteo.




El pilar de humo y el pilar de fuego,


Cartago y Roma y su apretada guerra,


Simón Mago, los siete pies de tierra


Que el rey sajón ofrece al rey noruego,


Todo lo arrastra y pierde este incansable


Hilo sutil de arena numerosa.




No he de salvarme yo, fortuita cosa


De tiempo, que es materia deleznable.








Jorge Luis Borges

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